4 de febrero de 2017

El País Meta

El presente de Venezuela es tal vez el peor de su historia. La estanflación se intensifica, el desempeño económico es deplorable con varios trimestres de contracción económica, niveles de producción en franco descenso que se traducen en un contexto inaudito de escasez, niveles históricos de crecimiento de los precios de la economía, y la cantidad de hogares en nivel de pobreza es muy superior a la registrada en el año 1998 según calcula la encuesta ENCOVI en 2015. Ante esto, la respuesta del gobierno ha sido la de profundizar su modelo ejecutando un conjunto de políticas económicas erróneas, apuntando al deterioro de toda iniciativa privada mediante la implementación de un complejo sistema de controles de precios y de cambio, inundando la economía de bolívares sin ningún respaldo, y generando una involución institucional sin precedentes que ha generado un notable deterioro de la economía y sociedad en Venezuela.

Indudablemente, este panorama sombrío se refleja en las cifras. Según datos preliminares del Banco Central de Venezuela a los que accedió Reuters, el producto interno bruto venezolano en 2016 se contrajo 19% y la inflación llegó a 800%. Ante esto, por supuesto las perspectivas no son para nada alentadoras. Alejandro Werner, Director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, informa que para este año el PIB podría caer 6% y según el mismo FMI en su World Economic Outlook de octubre de 2016, la inflación podría alcanzar la altísima cifra de 2.200%. Increíble.

Es evidente que un ambiente como este genera altos niveles de malestar social. Existe cansancio en la mayoría de los ciudadanos con la forma en cómo la actual administración maneja al país y hacia donde nos lleva. Es una realidad que no desean vivir. Ciertamente una realidad diferente a la que planteó el ex Ministro de Educación y hoy diputado, Héctor Rodríguez, en sus nefastas declaraciones de hace casi tres años. Ese país nadie lo quiere.

Lo anterior implica que preguntarse cuál es la visión y el camino que uno cree debería tomar el país para entrar en una senda de prosperidad y desarrollo resulta válido, haciendo énfasis en algunos elementos generales que se necesitan para alcanzar este objetivo. Tocar el tema del papel del gobierno y sector privado en la economía es crucial. Aquí se parte de la creencia que debe ser el sector privado el motor del sistema económico. Las sociedades avanzan cuando los individuos tienen la capacidad de hacer realidad ideas que les permitan mejorar las condiciones materiales de vida tanto propias como del entorno, cuando pueden generar riqueza económica y apropiarse de ella, y cuando tienen instituciones lo suficientemente fuertes como para proteger los derechos de propiedad e incentivar la generación de mercados competitivos. Por su parte, los gobiernos deben otorgar las herramientas que permitan a los individuos el desarrollo pleno de sus potencialidades y la consecución de sus objetivos de vida.

Joseph Stiglitz, en el prefacio de su libro Caída Libre, resume de forma bastante adecuada esta visión.
“Yo creo que los mercados son la base de cualquier economía próspera, pero que no funcionan bien por sí solos. En ese sentido, estoy en la tradición del celebrado economista británico John Maynard Keynes, cuya influencia domina el estudio de la teoría económica moderna. Es necesario que el gobierno desempeñe un papel, y no sólo rescatando la economía cuando los mercados fallan y regulándolos… Las economías necesitan un equilibrio entre el papel de los mercados y el papel del gobierno, con importantes contribuciones de parte de las instituciones privadas y no gubernamentales.”
Los países crecen y progresan debido a elementos como la innovación, la cualificación de su población, y la fortaleza de sus instituciones. Daron Acemoglu y James Robinson en su libro Why Nations Fail plantean que existen dos tipos de instituciones: aquellas denominadas como “inclusivas”, definidas como las que permiten el libre desempeño de sus economías, sacan provecho de las potencialidades de sus agentes y permiten la participación de la mayor cantidad de individuos en el proceso de creación y apropiación de riqueza; y están las instituciones “extractivas”, que son aquellas donde predomina la corrupción, la extracción de rentas, el ensanchamiento de las desigualdades internas y donde élites mantienen sistemas de dominación sobre el resto de la sociedad. Al día de hoy es bastante claro cuál describe a Venezuela.

Hemos tenido durante toda nuestra historia republicana un país donde la extracción de rentas ha sido la norma, que definió y define gran parte de nuestras relaciones económicas, políticas y sociales; y la transformación productiva ha estado relegada a un segundo plano, y en los momentos que ha tenido lugar ha sido por períodos muy reducidos. La regla ha sido lo que Pedro L. Rodríguez y Luis R. Rodríguez en su libro El Petróleo como Instrumento de Progreso denominan como “contrato fiscal rentista”, una dinámica entre el gobierno y los ciudadanos donde el primero en su carácter todopoderoso administra la renta y se cree dueño de esta, mientras que los segundos no ven en el esfuerzo individual la clave ni de su progreso ni de la sociedad, sólo se limitan a esperar lo que ellos consideran como su parte de la renta. Evidentemente un estado de cosas generador de un sinfín de distorsiones.

Debemos tener un país que otorgue reglas claras, oportunidades e incentivos suficientes como para que los individuos puedan invertir en su país y ser competitivos en mercados internacionales; para que con el tiempo, emerjan nuevas generaciones de individuos dispuestos a arriesgarse, pensar diferente, romper paradigmas y tener la innovación como bandera. Crear oportunidades permitirá que nacionales permitan aventurarse en ideas nuevas, y los incentivos harán que esto sea viable y sostenible.

El futuro está en el progreso tecnológico, y al no darnos cuenta de esto estamos siendo partícipes y avaladores de nuestro propio estancamiento. Por más avances que tenga la humanidad, nunca dejaremos de ser atrasados si no entendemos esto. Es cierto que los adelantos en los países desarrollados tecnológicamente permiten tener un nuevo “piso” al resto, porque hay cosas que no necesitarán descubrir para avanzar porque ya han sido previamente inventadas. Pero siempre habrá un catch-up que hacer, y mientras no comprendamos cuál es el camino del futuro, esa diferencia no hará otra cosa sino agrandarse.

La tecnología no sólo genera valor y riqueza económica, sino que es una herramienta fundamental para el surgimiento de individuos más libres. Es por esto, que deben ser nuestros venezolanos los que inventen las nuevas tecnologías que cambien la forma en cómo interactuamos con el mundo, implementen mejoramientos técnicos que revolucionen procesos de producción, descubran la cura de las enfermedades que azotan a la humanidad, innoven y revolucionen sectores enteros, se arriesguen a ser rompedores de esquemas. Dejar esto a otros es perder oportunidades de desarrollo para nuestra economía, y también constituye un acto de ineficiencia económica intertemporal, al dejar perder potencialidades de generaciones enteras con capital humano.

Decir que esto no puede ocurrir en nuestro país, es un acto de ignorancia y de pesadez intelectual. El venezolano no tiene nada distinto a otro individuo del planeta. Se carece es de las oportunidades y de los incentivos correctos para ello. Existen muchos países que demuestran esto: individuos que crean valor, riqueza, y que son ellos mismos lo que se apropian de esta. La iniciativa individual es parte crucial de la ecuación de desarrollo de las naciones.

También, un país deseado es aquel que con su desarrollo proporciona beneficios al resto de la humanidad. Existe un índice llamado el Good Country Index, que intenta medir no qué tan competitivas son las economías, sino básicamente qué cosas buenas proporcionan al resto de la humanidad estos países. Este índice mide áreas que van desde la seguridad internacional hasta la salud. En un ranking compuesto por un total de 163 países, Venezuela se encuentra en el lugar 154. En el apartado de ciencia y tecnología, subíndice que mide aspectos como las patentes o las publicaciones científicas, nos encontramos en el lugar 149, por debajo de países como la República Democrática del Congo, Yemen u Honduras.

Keynes decía que el progreso acelerado que comenzó a experimentar la humanidad en los últimos siglos fue producto de dos factores: el mejoramiento técnico y la acumulación de capital. También, Larry Summers, el principal exponente de la tesis del estancamiento secular, ha manifestado que dada la abundancia de capital en el presente éste pierde valor en comparación con el conocimiento, que cada vez importa más. El progreso y el futuro de las naciones está en la innovación, y aquellos países que entiendan esto son los que triunfarán en su camino al desarrollo. Los que no, quedarán eternamente en un estado de atraso, privando a sus ciudadanos de tener una oportunidad a una mejor vida.

Félix E. Álvarez P.

Referencias
Acemoglu, D. & Robinson, J. (2012). Why Nations Fail. New York: Crown Business.
Good Country Index. Obtenido de https://goodcountry.org/
Rodríguez, L. & Rodríguez, P. (2013). El Petróleo como Instrumento de Progreso (2da. Ed.). Caracas: Ediciones IESA.
Stiglitz, J. (2010). Caída Libre. Bogotá: Taurus.

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